En un mundo donde incluso la rebeldía parece haber sido empaquetada, suavizada y vendida en cómodas cuotas, The Exploited sigue siendo ese grito que desgarra el velo de la complacencia. No estamos hablando sólo de una banda de punk. Estamos hablando de una trinchera sonora, de una ideología escupida en la cara del sistema, de una cicatriz abierta que se niega a cerrar. Y este 28 de abril, esa cicatriz llega a Chile —más viva, más sucia y más necesaria que nunca.
Pero no vengo a contarte lo obvio. No estoy aquí para repetirte que Wattie Buchan ha sobrevivido más infartos que presidentes ha tenido nuestro país. No te diré que “Punks Not Dead” es un himno generacional o que “Fuck the System” es la súplica de un pueblo harto. No. Hoy quiero hablar de algo que pocos se atreven a mirar, que es la persistencia de la furia como una forma de salud mental colectiva. Sí. Lo leíste bien. Porque detrás de las crestas puntiagudas, del cuero mohoso y del pogo ensangrentado, The Exploited ha sido, por más de cuatro décadas, un lugar donde los desahuciados del mundo encuentran consuelo. Esta es de las pocas bandas en el mundo que ha hecho del enojo un lenguaje de consuelo y ha convertido la desesperación cotidiana en un acto ritual que redime a través del ruido. Wattie no canta. Exorciza. No lidera una banda. Invoca una horda. Y en ese exorcismo colectivo, cada golpe de batería es un manotazo en la cara de la indiferencia, cada riff rasgado una puñalada al conformismo que infecta nuestras ciudades-zombis.
El punk de The Exploited no evoluciona y se añeja como un clásico sonido de culto, permanece, como una enfermedad crónica que no mata pero tampoco te deja olvidar que estás vivo. Desde sus inicios en los barrios obreros de Edimburgo a fines de los años 70, The Exploited emergió como una fuerza devastadora que rompió con la complacencia incluso dentro del mismo punk británico, reventando los márgenes de lo que se entendía por protesta musical. No fueron poetas malditos ni intelectuales del nihilismo, fueron obreros con guitarras y guerrilleros del ruido.
Su disco debut Punks Not Dead no sólo fue un estandarte, se posicionó como una declaración de principios que resistió la embestida del post-punk y del new wave, manteniendo vivo el núcleo más crudo del punk callejero. Con álbumes como Troops of Tomorrow y Horror Epics, la banda incorporó elementos del hardcore y del metal, convirtiéndose en una referencia inevitable para el nacimiento del crossover thrash y el hardcore punk más radical. Bandas como Slayer, Sepultura, Napalm Death e incluso Nirvana han citado su influencia —no solo por su sonido abrasivo, sino por su actitud de guerra constante. Cada canción es una cápsula incendiaria que denuncia desde la brutalidad policial hasta la hipocresía política, y por eso sus discos no envejecen, sino más bien se reciclan como armas.
En un mundo donde la industria musical promueve el olvido, ellos han sido archivo viviente del descontento, crónica feroz de las miserias sistémicas y, por sobre todo, resistencia sonora. No hay playlist curada por un algoritmo que contenga lo que Beat the Bastards escupe en un solo tema. Lo suyo no ha sido adaptarse al mundo, sino denunciarlo hasta hacerlo crujir. En lo personal, esta banda no sólo ha sido importante para el punk, también ha sido fundamental para la música que se planta como acto político, para el arte que incomoda, para la memoria social que no se deja borrar. Y eso, en tiempos de anestesia global, es más urgente que nunca.
¿Y qué significa que regresen a Chile, justo ahora, justo aquí después de tantas oportunidades pasadas y que les esperamos con tanta ansia?
Significa que la rabia no ha sido domesticada y que está ardiendo desde las paredes conscientes de su público. Que la revolución no terminó en TikTok y las manifestaciones de teclado. Que la furia todavía tiene dientes. En un país donde los fuegos de octubre aún arden bajo la ceniza del desencanto, la llegada de The Exploited será más que un concierto, será una comunión rabiosa, una liturgia del desorden. Es la memoria de los que no se callaron. Es la voz —áspera, rota y desafinada— de los que eligieron la calle, el grito y el caos antes que el silencio de los bien pensantes.
La pregunta que debemos hacernos no es si el punk está muerto. Esa pregunta es para imbéciles. La verdadera pregunta es: ¿a quién le sirve que creamos que el punk murió?
Porque cuando The Exploited suba al escenario, lo hará como un puño cerrado en medio de un país aún sangrante. Como un vómito necesario en un mundo que huele a perfume falso. Como un acto de resistencia sónica en un tiempo donde hasta el arte parece haber olvidado cómo doler. Este no es un concierto para turistas del caos. Es un llamado a los de siempre. A los que aún duermen con la chaqueta de cuero al lado de la cama. A los que conservan los vinilos como reliquias de guerra. A los que se siguen preguntando por qué nada cambia, pero no se rinden. A los que creen que cantar con rabia todavía tiene sentido.
El punk no es una moda. The Exploited no es nostalgia. Son una patada en los dientes del presente. Y este concierto, convertirá a Santiago en su escenario de batalla. ¿Vas a estar ahí? O vas a seguir esperando que el mundo te engulla por completo en la avaricia de la vejez.

