Por Litta
Cuando hablamos de Roger Waters, no solo lo hacemos en base a su historia musical como miembro fundador de una de las piedras angulares del rock progresivo, como lo fue Pink Floyd, sino que también lo hacemos tomando en cuenta a un personaje totalmente controversial, político y un propulsor de diversas causas que en su mayoría hoy toman mayor relevancia. Esta peculiar y rebelde característica la podemos ver plasmada en las letras de sus canciones, en el arte de sus discos, en sus performances en vivo y por su puesto en sus diversas intervenciones a lo largo de la historia y alrededor del mundo, en la que hemos sido testigos una y otra vez de las innumerables veces en que Waters ha desafiado a la máquina, un genio en su magnificencia, de esos que ya casi ni quedan y que por su inquebrantable personalidad, no es bienvenido entre los más tibios .
Últimamente el mundo ha demostrado sin reparos su lado más oscuro, la maquinaria bélica ha hecho correr su insaciable rueda y sin piedad este artefacto que se posiciona como un sistema unificado entre las potencias, ha traumatizado al mundo entero con las imágenes más dantescas y sádicas de lo que es capaz el hombre con su ambición o fanatismo, el dinero y la religión como herramienta ha sido por lejos la impronta más repetida en lo que va del siglo XXI y bien lo ha hecho saber tenazmente Rogers Waters, quién desde su singular forma de criticar el acontecer mundial ha sacado ronchas de todo tipo y color político, pues no es un vocero perteneciente a un sector en específico, es más bien el líder de su propia conciencia y esta no ha dejado de disparar en contra de los males que aquejan al hombre y la mujer desde sus primeras apariciones. Siempre contemporáneo, Waters nos ha embestido más de una vez con el producto de su inagotable imaginación expuesta como símbolo de lucha, portando causas desde los años sesenta y hoy lo hemos visto una vez más arremeter contra “el enemigo”, siempre con el arte como su primer recurso, odiado por algunos y aclamado por otros.
Hace unos meses atrás lo vimos causar un enorme revuelo con lo que para muchos fue una insultante performance pero para otros, una verdadera sátira al puro estilo Waters, en donde apareció en el escenario de Berlín en mayo vistiendo un traje que se parecía mucho a un uniforme nazi. Actuando como el personaje Pink de la ópera The Wall, vestía una gabardina de cuero negro con un brazalete rojo con dos martillos cruzados en lugar de una esvástica. En la misma gira, Waters también mostró en ambas pantallas gigantes el nombre de la periodista palestina Shireen Abu Akleh asesinada por un francotirador del ejército israelí junto al nombre de Ana Frank, estableciendo un punto analógico entre ambos crímenes cronológica y contextualmente distantes, pero con la misma esencia, injusticias de una guerra de la cual no fueron más que víctimas.
Para quienes hemos seguido de cerca la trayectoria de esta excéntrica estrella del rock, sabemos que ninguna presentación será ajena al contexto histórico en el que estemos viviendo, lo más probable es que en este nuevo episodio en la carrea del músico perteneciente a lo que vendría a ser su séptima gira de conciertos llamada, This Is Not a Drill, —con la que comienza a despedirse de los escenarios—, nos encontraremos de lleno no solo con una emboscada auditiva sino además con todo un despliegue artístico que hará explotar nuestros sentidos y además removerá profundamente nuestras consciencias, pues no estaremos hablando de sucesos ocurridos hace decenas de años sino de acontecimientos que están a la vuelta del mundo, ocurriendo probablemente en simultáneo y seremos testigos de como Roger Waters se toma en serio su labor como histórico adversario del lado oscuro del mundo.
Recordemos su última visita a Chile en 2018, la que nos trajo a colación un sinfín de sensaciones y emociones auspiciadas por el sistema en el que vivimos, convirtiendo una vez más un show musical en un verdadero boicot absoluto a la máquina, con un envolvente sonido que nos hizo cautivos por más de dos horas y nos dejó más que un recuerdo, un verdadero remezón de neuronas y consciencia.
Sin lugar a dudas lo que viviremos los próximos 25 y 26 de Noviembre en nuestro país serán dos espectáculos exorbitantes, maravillas del mundo moderno conjugándose una vez más con el rigor justiciero de la historia de esta gran estrella del rock y la consciencia colectiva, sin ninguna mesura lo más probable es que terminemos nuevamente atónitos y hablando de estos shows por mucho tiempo en el futuro.
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