Para alguien que está acostumbrado a presenciar festivales elaborados, de alto presupuesto, con muchos stands distintos de comida y merch, grandes espacios y más de un escenario, la idea de lo sencillo con lo justo y necesario puede parecer complejo de asimilar.
Pero no para los metaleros del Metal Beer. El festival toma la esencia del metal y con eso le es suficiente: cerveza, un espacio lo suficientemente ancho como para dar vueltas en el moshpit, y las bandas. Ya está. No necesita más.
Volver a presenciar una organización que recuerda los orígenes del metal es un balde de agua fría para todos los que nos hemos perdido en la parafernalia de los grandes festivales, que disfrazan el consumismo con fanaticada. Y no podría tener más sentido teniendo un cartel cargado de thrash metal, el subgénero por excelencia de la crítica al sistema.
Por la parte nacional son dezaztre natural, decessus y sadism los encargados de poner el carbón para comenzar a generar el fuego que más tarde se encendería en Hipódromo. No prende demasiado, tal vez por el calor o las cervezas que aún no hacían efecto, pero el público se presenta con respeto y algunos de ellos comienzan los primeros moshpits de la jornada. Quien sea que estuviera a cargo del sonido, no le generó ningún favor a estas bandas, ni a las que siguieron; porque hasta ese entonces daba para pensar que el problema era de la técnica de los chilenos, sin embargo, más adelante se evidencia que es una falencia general que experimentan incluso los músicos internacionales, quienes suelen traer su propio equipo técnico a los eventos. De igual forma, los artistas nacionales no tienen nada que envidiarles a los extranjeros, excepto tal vez su frenética fanaticada.
La carta internacional se abre con Atreyu, una banda de una escena muy distinta a la que le seguía como cabecera del evento y que pese a ello, fue recibida con las extremidades abiertas, y es que su debut en Chile, teniendo una trayectoria de 25 años, fue motivo de celebración entre los asistentes que no resistieron dar vueltas y patadas voladoras en los primeros mosh más intensos del día. Tener décadas de trabajo encima y poner pie por primera vez en un país nuevo es una experiencia que debe ser recibida con humildad, y así lo hicieron los californianos. Interactuando con el público, regalando múltiples uñetas a lo largo del setlist, jugando con los movimientos por el escenario e incluso, bajándose de éste mientras cantas una canción gritando y paseándote por el recinto como si no estuvieses siendo un artista de metal. Aquí, cantando metal en la cancha y palcos del Hipódromo, mientras además me tomo fotos con los que me lo piden, casual. El debut de Atreyu dejó en claro que su tardanza y espera fue demasiada, pero el paseo entre los fanáticos les da el derecho de ser perdonados. Así, con humildad, cariño, pasión y fuerza los músicos dejan los ánimos más que encendidos para el caos que le seguiría.
El ambiente ya era thrash para esas horas de la tarde, el sol bajó, el viento soplaba y el hálito alcohólico también dejaba su hedor por los aires. Con el fuego completamente encendido, Dark Angel sube al escenario disfrutando estar nuevamente en casa. Que los chilenos estamos locos, que somos el mejor público del mundo, ya sabes, lo usual. Así nos describía entre las breves pausas el vocalista Ron Rinehart, quien junto con el resto de sus compañeros no dejaban de mirar a la multitud con ojos de corazón, consumidos por los encantos del público nacional. Y no es para menos, pues vaya a saber uno cómo irá a trabajar el lunes, pero ese mosh no iba a parar, no podía parar, y no paró, durante la hora y media de presentación del más puro thrash metal. La audiencia estuvo a la altura de la excelencia de la banda, sin descanso y sin tregua, brutalidad tras brutalidad, no había espacio para no darlo todo en el lugar donde sientes que es tu casa estando lejos de casa, como fue descrito nuestro país. Y con ese mismo cariño que sientes por casa, la dedicación incesante de la banda hizo que el largo setlist se sintieran como segundos que pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Lo único que estuvo mal en ese show fue la bengala que no logró prender cuando debía hacerlo. Como cuando pagas $6.000 por un vaso de cerveza que no logra convencerte. Una disfunción benga-eréctil que fue lamentable de presenciar en un momento como ese.
Parece ser que tras tantas vueltas, saltos y golpes, un metalero promedio ya estaría tranquilo para recibir al headliner del cartel. Equivocados. No el metalero chileno. Ahora sí prendieron las bengalas, una tras otra, múltiples epicentros de mosh detectados en el área, un campo de batalla en el que si dejabas de girar fijo eras soldado muerto. Sodom partió y no se detuvo. Se subieron al escenario y comenzaron a tocar, sin avisar, tiraron la bomba como en la guerra. Adelante, soldados, es hora de luchar. Entre ovaciones, Olé, Olé, Sodom, Sodom, los alemanes se detienen a admirar el ambiente de destrucción que crearon. Sonríen, bajan la cabeza, toman sus manos, reciben y absorben cada vibración del terremoto sonoro que generaron. Agradecen, aprecian. No necesitas que te describa cómo sonó Sodom, es como en los cultos religiosos, tienes que vivirlo, no podemos contártelo.
El thrash no quería abandonar el escenario, y parece que tampoco el país. Tom Angelripper apuntaba al reloj en su muñeca, ya se estaba acabando el tiempo y lo estaba haciendo saber. Pero el regocijo no podía detenerse. Ya estaban allí, contemplando una imagen de caos y destrucción creada por los riffs de sus guitarras y el desgarro de su voz. Así que, antisistema como ellos mismos, cuando las luces del Hipódromo se encendieron a las 22:30 en punto, Sodom siguió tocando cada vez que parecía que la canción iba a terminar. Bajaba brevemente el sonido de las guitarras, ¿ahora sí terminaría?, y de repente, subía otra vez, y el mosh pausado efímeramente continuaba, y así fue el carrusel de despedida que se extendió por casi 10 minutos. Un eterno mosh para una eterna banda y un eterno legado. No merecían menos y el público de chile así lo hizo saber, el amor es y siempre ha sido mutuo entre estos dos puntos del planeta. Y lo seguirá siendo mientras Sodom se presente en nuestro país.
El Metal Beer Open Air Vol. II de anoche fue indiscutiblemente un evento donde el metal prevaleció, recordándonos de la manera más thrasher que todo lo que necesitas para ser feliz, es una buena cerveza y una jornada cargada de metal. Todo el resto es una ilusión para creerte mejor, pero el metal no funciona así. En el metal todos existen porque pueden y no temen ocupar el espacio que les corresponde para disfrutar vivir la vida al máximo volumen y las máximas revoluciones.
Eso sí, nunca faltan las parias que poco entienden de convivir en comunidad. Al final del evento, en la salida, todo lo bonito casi logra ser eclipsado por aquellos que no tienen autocontrol y en un estado de total confusión y agresión alcohólica comenzaron a tirar botellas de vidrio y golpear las puertas de salida, causando un angustiante momento para las familias que asistieron con los más pequeños. Debemos reconocer que este tipo de personas no pueden tener un espacio dentro de la comunidad, algún día, cuando ya no estemos, los niños de hoy serán los metaleros del mañana, y es nuestro deber asegurarnos de que sus experiencias estén lejos de ser traumáticas, lejos de pensar que el metalero es el borracho con el que nunca quieres toparte en tu vida, y cuidar el traspaso del metal de generación en generación, condenando este tipo de comportamientos erróneos y desagradables hasta para los que estamos acostumbrados a verlos.
Por el futuro del metal, debemos hacerlo mejor.
Te dejamos la galería de fotos a continuación | Fotos: @Crisrock_photography
