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Masters of Rock (Día 2): El Rugido de los Inmortales que el Rock Jamás Olvidará

Una crónica emocional y sónica de una noche inmortal que demostró porque en Chile el rock no se escucha solo con los oídos. Se vive con la piel, se canta con las entrañas y se recuerda con el alma.

La velada del 24 de abril de 2025 en el Movistar Arena no comenzó con un susurro, sino con una llamarada. Fue la banda nacional Enigma quien tuvo el honor —y el peso mítico— de abrir la jornada más intensa del Master of Rock Chile, y lo hizo con la determinación de quienes comprenden que el escenario no es tan solo  un espacio, sino más bien un altar. Al compás de guitarras que rugían como los ecos de una cordillera herida, y con una puesta en escena sobria pero ferozmente emocional, Enigma salió a reclamar su lugar en la historia. Su propuesta, cargada de metal progresivo y letras existenciales, no solo preparó al público, –que aunque no era una cúpula llena, se sintió repleta por su respuesta–, fue un inicio catártico, un umbral atravesado entre lo íntimo y lo monumental, con una ovación final que no fue un gesto de cortesía, sino un reconocimiento a la altura de lo que representaron estos guardianes del fuego sagrado del metal chileno.

Han pasado diecisiete años desde que los ecos de Queensrÿche retumbaron por última vez en tierras chilenas. Diecisiete largos inviernos marcados por el silencio de una banda cuya impronta forjó de alguna forma los cimientos del metal más sofisticado e introspectivo. Pero el silencio se quebró de forma gloriosa. Este 2025, Queensrÿche volvió a nuestro país como un titán que despierta, con un show magistral en el Master Rock, guiados por la voz monumental de Todd La Torre, su actual y flamante vocalista. Desde los primeros compases de “Queen of the Reich”, fue evidente que esto no sería una simple presentación, sino una ceremonia sónica. El rugido de las guitarras, afiladas como cuchillas celestiales, y la batería que golpeaba como un corazón colosal marcaban el paso de una banda que, lejos de mirar hacia atrás, pisa firme sobre su leyenda.

Michael Wilton y Mike Stone ofrecieron una danza de cuerdas sincronizada con precisión matemática, trazando rutas entre lo épico y lo brutal. Eddie Jackson construyó desde el bajo una arquitectura densa y vibrante, mientras Casey Grillo Manejó la batería como si fuese el pulso mismo del universo. “I Don’t Believe in Love”, “Operation: Mindcrime”, “Walk in the Shadows”, “Take Hold of the Flame”… cada tema fue un viaje, una reconstrucción del alma, una muestra de cómo el metal puede ser también filosofía, relato y catarsis. Cuando llegó “Eyes of a Stranger”, el clímax fue total, con una comunión sagrada, una oración colectiva entonada en la lengua del riff y la distorsión.

Llegaba el turno de Europe y el rugido de una nostalgia que nunca muere, estos nórdicos de corazón incendiado, ofrecieron una clase maestra de cómo se desafía al tiempo cuando la pasión es el motor. La banda encabezada por Joey Tempest —voz eterna, carisma volcánico— no dio respiro, y convirtió cada tema en un episodio de una epopeya rockera que se extiende desde los ochenta hasta el presente. Desde que “On Broken Wings” marcó el inicio del show, quedó claro que no estábamos frente a una banda añeja: estábamos ante un ente vivo, cambiante, palpitante. John Norum, con solos que parecían arrancados del centro de la tierra, recordó por qué es una de las figuras más respetadas del hard rock europeo. Mic Michaeli, con sus teclados cargados de épica y melancolía, fue el arquitecto sonoro silencioso de una noche inolvidable.

“Rock the Night”, “Scream of Anger”, “War of Kings”, “Superstitious” (con su tributo a Bob Marley)… cada canción era una historia que volvía a contarse con nuevos matices. Y entonces llegó “Carrie”. No hay palabras suficientes para describir cómo miles de personas se fundieron en una sola voz, como si el amor perdido de la canción se hubiese encarnado por un instante en todos nosotros. Y, claro, “The Final Countdown”. ¿Qué decir que no se haya dicho? Fue el big bang de la noche. Luz, sonido, furia y ternura, todo condensado en ese riff inmortal. Europe cerró su participación con la gracia de quienes saben que su lugar en la historia está asegurado… y sin embargo lo revalidan, noche tras noche.

Los dioses no envejecen, Scorpions y la eternidad de la tormenta se hizo presente. Sesenta años. Seis décadas de historia, de revolución, de himnos tatuados en la memoria colectiva de generaciones. Pero en el Master of Rock, Scorpions demostró que el tiempo es apenas una anécdota cuando el alma se mantiene encendida. Desde el emotivo video de aniversario hasta los acordes iniciales de “Coming Home”, lo que se vivió fue una epifanía de rock clásico ejecutado con la pulcritud de un espectáculo teatral y la furia de una estampida eléctrica. Klaus Meine, con su voz aún firme y carismática, lideró la noche como un maestro de ceremonias celestial. Rudolf Schenker y Matthias Jabsofrecieron un duelo de guitarras que fue a la vez duelo y abrazo, técnica y emoción pura.

Cuando sonó “Wind of Change”, la arena entera se convirtió en un mar de luces y recuerdos. No era sólo una canción. Era un suspiro colectivo, una historia de cambios, esperanzas y sobrevivencia. “Send Me an Angel” elevó aún más el nivel espiritual del concierto. Uno de los actos más impresionantes de la noche tuvo lugar durante el reinado escénico de Scorpions. El momento más electrizante fue, sin duda, el solo de batería del imponente Mikkey Dee —legendario ex Motörhead—, quien desplegó un despliegue técnico y emocional que rozó lo sobrenatural. Desde su trono de acero y metralla, al fondo del escenario, ofreció un solo magnánimo, feroz, colosal…un recordatorio de por qué su altar brilla con luz propia en el panteón del rock. 

Y como si eso no bastara, el escenario se metamorfoseó en una visión casi alucinógena, desde las profundidades del altar emergió un escorpión titánico, una criatura metálica que avanzó como surgida de un sueño épico. La escenografía se encendió en llamas digitales, y el Movistar Arena contuvo el aliento. El asombro fue total. Estábamos dentro de un espectáculo que desdibujaba los límites entre la realidad y el delirio, para así con “Rock You Like a Hurricane” arrasara con todo lo que quedaba. Scorpions no vino a darnos un adiós. Vino a recordarnos que el rock es eterno porque nace de un fuego que ninguna edad puede apagar.

Lo vivido este 24 de abril de 2025 en el Movistar Arena no se configura como una noche de espectáculos solamente, será recordado más bien como un acto de fe. Un rezo multitudinario al altar del rock y  la confirmación de que hay músicas que no mueren, porque están hechas del mismo material que los sueños, las rebeliones y las lágrimas. Enigma, Queensrÿche, Europe y Scorpions no compartieron un escenario, lo hicieron fue compartir un legado. Un legado que nos dice que mientras existan corazones latiendo al ritmo de una guitarra distorsionada, el rock seguirá rugiendo. Que mientras haya alguien dispuesto a levantar el puño al cielo cuando suena un solo, el fuego no se apagará. Que esta reseña quede como testimonio. Como antorcha para quienes estuvieron allí y como faro para los que vendrán. Porque noches como esta no se repiten. Se recuerdan. Se celebran. Y se cuentan, una y otra vez, hasta que se vuelven leyenda.

Written By

Editora y Creadora de Contenido en iRock. Leal servidora del Rock, el Metal y los sonidos mundanos. Conductora en "La Previa" y Co-conductora en "Rock X-Files". | Mail: litta@irock.cl

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