Un viaje al recóndito placer auditivo, sin paradas más que para reír y seguir viajando, nos entregó éste demoníaco quinteto
5 de abril 2017 | Teatro Nescafé de las Artes
Nota: Litta | Fotos: Cristian Carrasco
Así fue el glorioso paseo en Nescafé de las Artes, un constante de emociones y alucinantes universos, representados en cinco estacionarios que no chocaban ni miradas, una independencia sonora perfecta. Cada pieza magistralmente consonante, como una creación magnífica sacada literalmente de la mismísima teoría de las cuerdas.
Quizás fue un viaje que dejó gusto a poco, pero sin duda alguna el big bang del clímax fue una realidad perpetua en todos y todas quiénes servimos como fieles pasajeros, de lo que a grandes rasgos significó la antesala para la devastadora jornada de mañana en El Caupolicán.
Un comienzo unánime con el tiempo, sin demora, parten con el aniquilador híbrido Sorceress, homónima polifonía de la última creación, nos arremete con un monstruoso órgano que rocia constelaciones de sonidos, nos sirve para contener el aliento y de insaciable gula nos dispara la semilla del progresivo en su máxima expresión, con la pieza del onírico asesino Ghost Reveries, The Grand Conjuration.
Una partida maestra al borde del colapso que nos permitió sentir la narración de luces, que servían como guías en el páramo del teatro. Una parada de entretenimiento al son de diálogos entre el público y Mikael, la atmósfera se teñia de rojo para recibir al invierno de Demon of the Fall, con una interpretación digna de una gala. Opeth, el demonio inquieto que decidió descender al vástago paraiso de las cuerdas para deleitarnos con dos obras celestiales, el recien nacido Wilde Flowers y su descendiente del siglo pasado, Face of Melinda.
Es momento de especular y mientras todo el teatro decide en gritos lo que continúa, un breve monólogo dispara carcajadas que se acallan al momento de empezar el primer acorde del primogénito del Damnation, el majestuoso Windowpane, estupefactos nadie se atreve si quiera a aplaudir y nos limitamos a tímidamente mover nuestras cabezas.
Ha vuelto el progresivo y es el engendro del Heritage, The devil’s Orchard el encargado de preceder a Cusp of Eternity, al término de éste llega el momento de hacer otro alto y ésta vez la oscura y lúgubre voz de Mikael dialoga irónicamente sobre él paso por Chile con el eufórico público.
Todo se torna de azúl y la séptima maravilla del Watershed, Hex Omega comienza a abrirse paso entre los tímpanos, con un brutal gutural que nos remonta incluso a activar la memoria auditiva y redireccionar el viaje a esa época de metal y demoníacas instancias de Opeth.
El comienzo del nuevo milenio nos golpea con un anunciado final por parte del frontman, y con un emotivo inicio The Drapery Falls nos consume al punto de olvidar el tiempo, sin tomar en cuenta que ha llegado el final de nuestro magistral y orgásmico viaje. Un final que al unísono de las voces se pide un encore.
La jornada está en pausa y después de un eterno abanico de pifias y gritos, Mikael Åkerfeldt, Fredrik Åkesson, Martín Méndez, Martin “Axe” Axenrot y Joakim Svalberg están de regreso en sus posiciones, para dar rienda suelta a un tornado de tres inconclusos temas, Harvest – Master’s apprentices – The Moor, como niños queriendo abarcarlo todo antes de que termine el recreo, para pasar con un insano, deliberado y añorado Deliverance, casi 14 minutos de un sinfín de tonos, riffs, ruidos y luces, que hicieron de éste último el momento más precioso de la elegante velada.
Sin duda alguna una moda que debe seguir, esto de repetir shows y en distintos escenarios es en lo personal un nuevo concepto que le da nivel a una jornada para la madurez auditiva. iRockers les recuerdo que aún queda un show más y esperamos sea la continuación de un enjambre inconcluso de sonidos que dejó hoy La Gala de Opeth.
