Nota por Litta | Fotos por Cristian Carrasco
Como me gustaría poder expresar coloquialmente lo que se vivió en esta noche de abril, pues la pasión es el sentimiento que se apoderó no solo de los asistentes de este show sino también de los integrantes de estas dos colosales bandas que pisaron el escenario. Fue así como Lamb of God y Parkway Drive en Chile se convierte en una fecha que para muchos significó una conjugación extrema de sonidos bestiales y para otros, una fecha que pasa a la historia de los conciertos y que se posiciona entre lo mejor de lo que va del año. No era la primera vez que estas dos grandes agrupaciones visitaban nuestro país, pero si es la primera vez que teníamos el placer de verlas tocar en una misma jornada y brindar una catedra de los estilos que dominan, ambos subgéneros que tienen como punto neurálgico la brutalidad del metal en diversas rítmicas.
Desde las salvajes tierras de Australia, Parkway Drive fue la elegida para iniciar esta verdadera hecatombe y más que puntuales, Winston McCall y compañía junto a un setlist cuantioso, supieron brindar con gallarda energía un show de apertura que los hizo sonar como si fueran la banda cabecera del cartel. El nuevo sonido de Glitch, canción perteneciente a su último lanzamiento del 2022, fue la primera en resonar, seguida por el arpegio acreciente de Prey, tema con el que nos hicieron sentir nuevamente adolescentes y eso se vio reflejado en la afectuosa respuesta por parte de la multitud. Tras expresiones de afecto y agradecimiento de estos australianos, Carrión y The Void, demuestran su poder, hito con el que marcaron un sello absolutamente propio al momento de mostrar su metal. Ya con solo 4 temas entonces, podíamos distinguir que esta no sería cualquier presentación ya que a la cola vendrían maravillas como Soul Bleach, Vice Grip, y Dedicated. Uno de los momentos más decisivos de esta presentación fue cuando la memorable batería de Karma servía de apertura para iniciar una paliza cósmica, orquestada por este clásico un gigantesco circle pit se gestaba en el centro de la cancha, el cual no cesó hasta finalizar con Bottom Feeder, Crushed y Wild Eyes, canción con la que nos sentenciaron a experimentar una devastadora velada.
Era el momento de recibir a los titanes del Groove Metal. Lamb Of God, sin ningún vejo de piedad se aparecían en las alturas del gran Caupolicán junto al primer ataque sonoro, Memento Mori, y con ella un rugido estruendoso que se disparaba desde el público, demostrando así que no habría cabida para la cordura. Como gusto personal, debo confesar que esperé tanto el regreso de Los Corderos de Dios a nuestro país, que sencillamente me olvidé por completo de todo el trabajo que estaba cumpliendo y me uní a los implacables mosh que se armaban sin parar, como imitando los movimientos del bestial Randy, me dispuse a exorcizar hasta el último malestar ocasionado por la vida de adulta a través de esta desenfrenada performance. Cuando empezó Ruin definitivamente las colisiones fueron parte del maravilloso proceso sonoro que se estaba viviendo de forma colectiva, como una centrifuga infernal, la cancha y las alturas de las plateas sirvieron de indumentaria para recibir al maléfico himno, Walk With Me in Hell.
Si hablamos de virtuosismo y ensamblaje musical, que mejor forma de materializarlo que Resurrection Man y Ditch, ambas canciones de lo más reciente de los oriundos de Richmond, Virginia, pertenecientes a sus dos últimos álbumes con los que han evidenciado su identidad con más de dos décadas de vigencia y en efecto, un perfecto desvío hacia la primera década del nuevo milenio y su implacable sonido vendría junto a las insurrectas embajadoras, Now You’ve Got Something to Die For, Contractor, Omerta y Set to Fail, momento en el que existió un dialogo casi perfecto entre la bravura de los fans y la banda; cantos, saltos y golpes, como si estuviéramos en un escenario post apocalíptico era el estimulante carácter de todo este instante.
Es satisfactorio ver como bandas que son parte de la generación de metal del nuevo milenio han alcanzado una madurez en su sonido tan solemne, una forma virtuosa de demostrarlo ha sido el último álbum de Lamb of God, y escuchar por primera vez en vivo su producto es un regalo que supimos apreciar con gran entusiasmo. La canción homónima Omens, permitió darnos entonces un respiro para disfrutar y proseguir, porque lo que vendría no tendría ningún espacio para la calma.
Antes de continuar con el recorrido del setlist, me detengo para ovacionar el carácter con el que ejecutan su metal, desde la estridencia y locura del agresivo Randy ocupando todo el escenario, más los implacables apañes de una alineación icónica que contó con el nuevo baterista Art Cruz y el magnánimo Phil Demmel.
Finalmente, la última etapa de este destructor espectáculo se hacía escuchar y junto a él, cinco jinetes apocalípticos de lo mejor del setlist se abrían paso entre la espesa atmosfera, 11th Hour, 512, Vigil, Laid to Rest y Redneck, nos arrebataban la poca cordura que nos quedaba. Me encantaría tener las palabras para describir lo que se sintió escuchar estos cinco temas al hilo, de verdad que no tengo un vocabulario capaz de expresar la emoción, la energía y la felicidad de haber sido parte de un cierre tan brutal, el cual ni se compara a lo vivido el domingo pasado en el Metal Fest, fácilmente podría crear una lista de reproducción para entrenar cualquier deporte de contacto con todos los temas que “se sacaron” en esta oportunidad. Todo lo que puedo decir para resumir lo vivido es gracias, porque se sintió como si hubieran venido a desendemoniar todo lo que yacía contenido desde la pandemia. Un espléndido recorrido musical, gran sonido, magistral técnica y, sobre todo, contenido filosófico y político que retumbará hasta en la última neurona con la profunda voz del insurrecto David Randall Blythe. iRockers, esto fue tremendo circuito demencial de dos grandes y potentes representantes de importantes subgéneros del Metal del último tiempo, que com ansias esperamos repetir en el futuro.