Por Claudio Miranda
11 de Septiembre de 1973. Si hubiera que resumir en una expresión esta fecha en el calendario local sería ésta: “el día en que se pudrió todo”. Mediante un Golpe de Estado, las tres ramas castrenses de Chile se tomaron el poder, por la fuerza en todo sentido y por la razón en ninguno. El presidente Salvador Allende, tras pronunciar su célebre discurso final –el de las anchas alamedas que, hasta ahora, no es más que un espejismo-, y quizás consciente de lo que le esperaba en las manos de los militares, se quita la vida con la metralleta que le regaló su camarada Fidel Castro. Los generales del Ejército, la Marina y la Aviación, conforman una junta de gobierno encabezada por Augusto Pinochet, a quién le bastaría meses para hacerse del poder como primer mandatario. De ahí en adelante, las repercusiones serían drásticas, tanto en lo social como en el ámbito de la cultura; los repudiables asesinatos de Víctor Jara y Jorge Peña Hen, la “Caravana de la Muerte”, la quema de discos y libros, el cierre de las radios que profesaban ideas “subversivas”… La censura, la desaparición de personas y la represión conformaron un paisaje terrorífico para quienes sabían que pensar distinto era un crimen que se paga caro bajo un régimen psicópata.
A mediados de la década del ’70, el panorama musical en Chile era poco prometedor, casi desolador. Los Jaivas, tras el golpe, se trasladan a la ciudad de Zárate, Argentina, donde sus integrantes viven en comunidad hasta 1976, cuando el país vecino se somete a la intervención militar y Europa se convierte en la única opción. Los Blops, disueltos en mayo de 1973 tras la grabación del álbum Locomotora –publicado en 1974 en Argentina tras la insistencia de Eduardo Gatti- pasan a la lista negra del régimen cuando las cintas master de sus obras son destruidas por efectivos militares en los allanamientos a las bodegas de los sellos discográficos. Sumando el asesinato de Víctor Jara en el Estadio Chile –actualmente lleva el nombre del artista- y el crimen de otros músicos como Peña Hen en manos del ejército durante la llamada “caravana de la muerte”, tanto la música como las otras ramas culturales de Chile sufrieron en carne propia el silencio forzado de un gobierno que poco y nada distaba del régimen totalitario descrito por George Orwell en su obra “1984”.
En un panorama completamente hostil, con el “Señor Tijeras” –como diría Charly- atento a cualquier intento de “terrorismo”, Congreso se resiste a tirar la toalla. Para el entonces novel grupo viñamarino, empieza una odisea que pondrá a prueba su constancia, derivando en una producción discográfica complicada en cuanto a su edición, al menos hasta comienzos de los ’80. Tras el notable debut en 1971 con el álbum “El Congreso”, el segundo LP se encontraba en proceso cuando ocurrió el golpe de estado y, por lo tanto, hubo que esperar hasta 1975 que viera la luz bajo el nombre “Terra Incógnita”. El cierre de los espacios culturales complicó la presentación del álbum, lo que no minó para nada el desarrollo artístico de la banda, cuya firma basada en la fusión de rock y sonidos latinoamericanos fue complementada con letras enigmáticas que funcionaban como códigos para sortear la estricta vigilancia de los censores asignados por el Estado. Dos años después, el disco homónimo –conocido también como “el álbum café”, por la tonalidad de su singular portada- era editado y promocionado de manera más aceptable, con la banda logrando difusión, entre otras actividades, en el mítico programa “The Midnight Special” de UCV-TV, conducido por nuestro eterno Pirincho Cárcamo.
Tanto Terra Incógnita como el homónimo del ’77 contienen un elemento en común: ambos incluyen una pieza que alude a los tiempos oscuros en que estaba sumergido Chile en manos de un Estado represor e implacable al momento de poner “orden”. Del primero destaca “Los Maldadosos”, el tercer corte del vinilo y quizás el más oscuro y brutal debido a su letra. Si en el plano musical expone la evolución de Congreso hacia un sonido más progresivo con la vibra latinoamericana en todo su esplendor, la letra de Tilo González refleja el momento cultural que le tocó vivir a Congreso; un paisaje arrimado a la sombra de la violencia, donde cada palabra o movimiento contrario al pensamiento oficial se aplacaba mediante la tortura y la desaparición bajo impunidad. Los que son “malditos por meter gente a las fosas”, más allá de las palabras de su autor, hace referencia casi automática a los organismos represores como la DINA o la posterior CNI, ambos cuerpos compuestos por ex oficiales del ejército que ejercían el secuestro y el tormento bajo el consentimiento del propio Estado.
El invierno como se menciona en la letra, puede interpretarse como la metáfora a la tristeza de un país oprimido por el miedo y la desesperanza con que el aguacero cae sin piedad sobre un paisaje lloroso. Es el lamento obligado ante la injusticia que infecta a la gente vulnerable, a quienes perdieron a sus seres queridos en manos dela represión y el egoísmo de unos pocos. Fue en esos tiempos en que el respeto se perdió en favor de una mentalidad individualista, pesando más la supremacía y el odio hacia quienes piensan distinto. Lo que vemos hoy día, acentuado tras los movimientos sociales de Octubre del año pasado. No basta con ser de derecha o izquierda cuando tus ideales se basan en censurar o denigrar –¿hablemos de funa o cancelación, como pasa hoy en plena era digital?- al otro por sus ideas . Y precisamente he ahí la gran herencia de la dictadura: el odio a lo diferente, la estupidez humana como valor no distingue lado político.
Si “Los Maldadosos” destaca por lo drástico de su contenido, la más progresiva “Arcoíris de Hollín” es donde la emoción expresada en los trabajos editados durante los ’70 llega a su punto más álgido. Se trata de una composición extensa y muy rica en matices, dividida en dos secciones: “Samba del Sol Iluminado” y “Cueca del Apocalipsis”. La primera parte se refiere a la ausencia del sol como una metáfora al oscurantismo cultural en que estuvo inmerso Chile a partir del 11/09/1973, un llamado en clave a mirar nuestro alrededor y darnos cuenta de lo deprimente que se volvió el entorno cotidiano para el ciudadano común y corriente. Todo complementado con una producción instrumental empapada en dramatismo y peligro, con Pancho Sazo –quien también nos muestra su despliegue en la flauta dulce, acompañando el violoncelo de Patricio González– encarnando en su voz esa sensación de desgracia y resignación en esos días de toque de queda y vigilancia orwelliana.
La segunda sección, llamada “Cueca del Apocalipsis”, es donde queda de manifiesto la principal cualidad de Congreso en plenos tiempos de urgencia y miedo: la emoción como base conceptual, los sentimientos que afloran en un contexto que se transformó en la realidad cotidiana de muchos. La violencia, como institución, prevalece por sobre el entendimiento. Imposible quedar impasible ante la sensación de angustia y miedo con que la música emula hasta la médula el horror de la represión y la desaparición en manos de los “caballos negros”. La alegoría es transversal y hay quienes sostienen que es una referencia a la propia junta militar, como también encaja en el cuerpo de uniformados que participó en la detención y desaparición de simpatizantes del gobierno derrocado de Allende.
A pesar del concepto en común con “Los Maldadosos”, “Arcoíris De Hollín” proyecta una atmósfera de locura que adquiere sentido en esos años turbulentos. La persecución y el tormento como métodos de resolución que los agentes estatales utilizaban sin escrúpulos. Los “caballos negros” que pasan volando y levantando “noche, niebla y espanto”, corresponden a la figura de un Chile caótico, en que el lema “Por la Razón o la Fuerza” cobra un significado literal con la balanza en favor de quienes detentan el poder. Y ese caos es el que impera hasta hoy, como legado de un período en que nuestra cultura se degradó a lo más bajo. Porque no solo se torturó y mató gente por pensar distinto, sino que hubo un apagón cultural que, tras el “retorno” a la democracia en 1990, se fue acentuando en el matadero de artistas que hoy es nuestro país. No hay lugar para el entendimiento cuando prima la ley del más fuerte en favor de quienes, bajo el pretexto de la “guerra civil”, sólo buscan el beneficio propio en desmedro de los que cometieron el horrendo crimen de pensar diferente al otro. Porque esto no va por ser de derecha o izquierda, sino de cómo se perdió el respeto a la diferencia al punto de denigrar al otro por placer personal, lo que el estallido social de hace un año acabó por acentuar sin sutilezas. La cultura del “sálvate solo”, en toda su forma.
A título de quien escribe, genera un poco de tristeza que estas dos piezas sigan vigentes hasta hoy por su contenido. Por otro lado, y analizando el repertorio posterior, encontramos en canciones como “Canción de Nkwambe” –del soberbio “Estoy que me Muero” (1986)-, una señal de esperanza y belleza cuando creemos que no hay nada que nos pueda librar de las penumbras del mal, de lo que hablaremos en alguna futura edición de esta humilde sección. De cualquier forma, Congreso se la jugó en un tiempo en que el silencio era la única vía segura. Y lo hizo a lo grande, en favor de su integridad artística y humana, durante los tiempos en que los seres maldadosos montaban sus caballos negros para callar y enterrar ideas a la fuerza. Tiempos oscuros que es necesario repasar para preservar la memoria en favor del futuro.