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Live Review Internacional

Huracán The Offspring azotó Chile y dejó una noche para la historia

En contraste con su presentación en plena fase tres de la pandemia en 2020—un show íntimo, contenido por las circunstancias pero cargado de emoción tras meses sin espectáculos en vivo—y con su paso por Lollapalooza Chile 2024, donde, a pesar de la potencia del set, el pogo no alcanzó su punto máximo, lo vivido la noche del 18 de marzo de 2025 quedará marcado para siempre en la historia de los conciertos en nuestro país. Esto no fue solo un concierto, ni una simple revancha en solitario de la banda con Chile, fue una auténtica descarga de adrenalina, nostalgia y la más pura esencia del punk rock californiano. The Offspring volvió a tierras chilenas como un huracán imparable, con una puesta en escena arrolladora, una conexión casi mística con el público y un setlist que honró, con cada acorde, su inmenso legado.

El llenazo absoluto del recinto dejó en evidencia que el amor de los fans chilenos por Dexter Holland, Noodles y compañía sigue tan intacto como hace décadas. Desde temprano, el ambiente vibraba con electricidad. Banderas alzadas, camisetas icónicas de la banda y una multitud ansiosa por presenciar lo que sería un capítulo imborrable en la historia del rock en vivo. Las pantallas LED no eran simples complementos visuales, fueron portales a una era dorada del punk y la cultura alternativa de los 2000. Entre los momentos más legendarios, destacó la proyección del videojuego Crazy Taxi, un símbolo generacional en el que The Offspring dejó su marca sonora para siempre. Además, la introducción, más larga de lo establecido por producción, pasó inadvertida gracias a las trivias, juegos e imágenes que mantuvieron al público inmerso en un momento único e irrepetible desde la misma espera. Cada detalle del espectáculo fue cuidadosamente diseñado para encender la chispa del pasado y detonar una explosión de euforia en el presente.

Antes de que el huracán Offspring cayera al escenario, los chilenos de GUFI tuvieron la misión de calentar motores. Y no solo cumplieron, sino que conectaron con el público de manera sublime, generando un ambiente perfecto para lo que ocurriría después. Con un repertorio que golpeó directo en la nostalgia, Paul, Por Ella, entre otros hits, fueron recibidas como himnos generacionales que permitieron el viaje en el tiempo para los miles de asistentes que ya se encontraban en el recinto. Él cierre de su presentación dejó la atmósfera hirviendo, justo en el punto exacto para lo que se avecinaba. Y en el aire se sentía, se podía palpar incluso que algo histórico estaba a punto de ocurrir.

Estaba terminando la pista de Thunderstruck de AC/DC cuando, de repente, las luces se apagaron de golpe y un reactor comenzó a lanzar rayos y centellas desde la pantalla principal. Un rugido ensordecedor sacudió el recinto. Y, sin previo aviso, los californianos estallaron sobre el escenario con All I Want. El impacto fue inmediato, junto a una marea humana en éxtasis, saltos frenéticos y el primer gran mosh pit de la noche. Apenas comenzaba el show y la intensidad ya estaba en niveles estratosféricos. Sin tregua, enlazaron con Come Out and Play, desatando un unísono eufórico con el legendario “You gotta keep ’em separated!”. Y si alguien pensaba que habría un respiro, se equivocaba. Lo que vino después fue Want You Bad, con un inicio a cappella del coro que puso la piel de gallina. Fue el primer gran momento icónico de la noche, ese en el que la banda y el público se fundieron en un solo ente.

El show no dio respiro ni tregua, nadie tuvo tiempo ni para abrocharse los zapatos. ¡Zapatillas y gorras volaban en el epicentro de los moshs! No existía distracción capaz de desviarnos de la locura que, como público, estábamos creando junto a la banda. Con Staring at the Sun y Kick Him When He’s Down, la banda revivió la esencia más pura de sus años dorados. Este último, de hecho, no sonaba en vivo desde 2018, lo que desató la euforia entre los fanáticos más acérrimos. El despliegue visual fue arrollador: Hit That y Original Prankster aprovecharon al máximo las pantallas LED y los juegos de luces, dándole al espectáculo un aire casi cinematográfico. Y cuando sonó Hammerhead, con su intro de batería que golpeó como un cañón, el escenario se encendió en llamas de pirotecnia. Pero la sorpresa no terminó ahí. The Offspring rindió tributo a las leyendas del rock con un medley brutal que fusionó Thunderstruck de AC/DC, Iron Man de Black Sabbath y Detroit Rock City de KISS. Un viaje a la médula del rock, un recordatorio de que el punk y el rock clásico siguen unidos por la misma llama rebelde.

Cuando comenzaron a tributar Blitzkrieg Bop de Ramones hizo temblar el suelo, el público alcanzó un nivel de locura indescriptible. Y, como un golpe inesperado, la banda enganchó con un snippet de Seven Nation Army de The White Stripes, haciendo que la multitud saltara como un solo océano de energía, como si estuvieramos en presencia de una gran barra de fútbol inglés. El espíritu crudo y contestatario del punk explotó con Bad Habit, mientras que Gotta Get Away marcó el momento de mayor conexión emocional, con Dexter Holland dominando el escenario como un auténtico profeta del rock. Pero la noche aún guardaba sorpresas. Con Why Don’t You Get a Job?, el ambiente se transformó en un carnaval de rebeldía, un karaoke colectivo que desembocó en una explosión de júbilo con Pretty Fly (for a White Guy), donde la interacción entre banda y público dejó claro que lo que ocurría era pura magia.

Parecía ser que el show llegaba a su fin con The Kids Aren’t Alright, un himno generacional que desató un coro ensordecedor, haciendo vibrar cada rincón y corazón del recinto, cómo si fuéramos nuevamente adolescentes de entre 13 y 15 años. Pero el encore aún tenía guardado su golpe de gracia. Primero, un interludio enigmático con Lullaby, un respiro breve, casi un susurro antes de la gran tormenta. Y entonces, estalló You’re Gonna Go Far, Kid, posicionándose como el punto de no retorno, junto a un estallido de energía pura donde miles de voces y cuerpos se fundieron en un solo latido, un frenesí imparable de saltos y euforia. Pero esto no terminaba, aún faltaba el clímax definitivo. A cargo de del sonido de los primeros acordes de Self Esteem, la locura alcanzó su punto más alto, pues ese riff inconfundible, ese coro que se transformó en un grito desgarrador, catártico, donde cada palabra era sentida hasta los huesos, no quedó duda de que ffue un huracán de emociones lo que nos devastó, un torbellino de nostalgia, felicidad y desenfreno que encapsuló décadas de historia en un solo momento.

Y cuando parecía que todo había acabado, cuando la adrenalina aún palpitaba en el aire, The Offspring sacó un último as bajo la manga, con un cover inesperado de Sweet Caroline de Neil Diamond. Lo que vino después fue pura magia queridos míos, se gestó un canto colectivo, un abrazo sonoro entre desconocidos convertidos en hermanos por una noche, una despedida melancólica pero llena de celebración. Fue el broche de oro de una velada imborrable, de esas que se graban en la piel y el alma para siempre. Si estuviste ahí, lo sabes muy bien, fuiste parte de algo legendario. Si te lo perdiste, no hay forma de suavizarlo… te perdiste un capítulo inmortal en la historia del punk rock californiano en Chile.

Fotos cortesía de Lotus

Written By

Notera y creadora de contenido en iRock. Leal servidora del Rock, el Metal y los sonidos mundanos. Conductora en "La Previa" y Co-conductora en "Rock X-Files". | Mail: litta@irock.cl

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