Por: @jeff.qlo
Las escrituras antiguas advertían sobre cataclismos, auguraban desgracias de proporciones divinas. Pero nadie esperaba que la devastación llegara en forma de un concierto donde el caos y la brutalidad serían un deleite absoluto.
Cryptopsy y Atheist irrumpieron en el escenario como profetas del caos, transformando la noche en una ceremonia de extrema técnica y destrucción auditiva. Atheist inició con un problema de sonido que retrasó su ejecución, un breve inconveniente que se convirtió en un pequeño desafío para la banda. Sin embargo, cuando la maquinaria finalmente engranó, la magia sucedió. Su puesta en escena, amigable y cercana con el público, disolvió cualquier atisbo de impaciencia, sumergiendo a la multitud en un viaje técnico sin errores mayores. Su ejecución fue magistral, con cada riff y cada cambio de tempo ejecutados con una precisión excelente, prescenciando una fusión perfecta de jazz y death metal progresivo que elevó la experiencia del público a niveles casi hipnóticos. Cada línea de bajo serpenteaba con elegancia entre la estructura rítmica, mientras que la batería, con su complejidad endiablada, marcaba un ritmo disonante.
A medida que avanzaban en su setlist, Atheist desentrañaba composiciones que desafiaban la lógica, estructuras rítmicas que parecían estar diseñadas para desconcertar, pero que al mismo tiempo atrapaban y fascinaban. La manera en que cada instrumento se entrelazaba generaba un entramado sonoro que absorbía a los asistentes, haciéndolos parte de esa sinfonía técnica. Clásicos resonaron con una precisión envidiable, un despliegue de destreza que convertía la complejidad de su estilo en algo accesible y a la vez inquebrantable. El público terminó rindiéndose a la intensidad y maestría con la que Atheist desataba su arsenal de composiciones, confirmando su estatus como una de las bandas más innovadoras y técnicas del género. Pero lo de Cryptopsy fue distinto.
Desde el primer segundo, la brutalidad se desató sin tregua. No hubo introducciones ceremoniosas, solo un golpe seco y certero de blast beats, riffs asesinos y guturales que parecían escupir sangre. La banda convirtió la sala en un campo de batalla, donde cada riff y cada golpe de batería era un ataque sin avisar a los sentidos. No hubo descanso, salvo cuando el vocalista interrumpía el frenesí para profesar su amor por Chile, palabras que la multitud recibía con el mismo fervor con el que arremetía en el mosh. El setlist fue un viaje a través de su legado, desde los cimientos de Blasphemy Made Flesh hasta la cúspide de la violencia sonora con los tan aclamados None So Vile. La batería ejecutada a una velocidad que desafiaba la física, se alzaba como un monolito inquebrantable, mientras que las guitarras laceraban la piel con cada solo y riff desgarrador. Las vocales eran un vómito de desesperación y agresión, una entidad en sí misma, capaz de evaporar cualquier rastro de cordura.
El público que al inicio era una masa sólida de cuerpos expectantes, terminó desintegrado, convertido en polvo tras semejante embate. Costillas rotas (confirmado personalmente), moretones y extremidades adoloridas fueron el precio a pagar por una de las mayores salvajadas de lo que va del año. Un cataclismo de proporciones bíblicas, un evento que no solo será recordado, sino que quedará impregnado en la memoria colectiva como una de las noches más brutales e inolvidables del metal extremo en Chile.
