Si para disfrutar una película necesitas dopamina rápida, aquellas dirigidas por Robert Eggers no son una buena opción. El estadounidense que con tan sólo unos pocos, pero magistrales, trabajos de largometrajes destaca una vez más por la meticulosidad con la cual te introduce, sumerge y empapa de una época y una historia en la que nunca viviste.
Nosferatu (2024) parte imponente, con un impacto inmediato que avisa de antemano el horror al que está por exponernos. Horror, porque como define la escritora gótica Ann Radcliffe, se caracteriza por “la exhibición de atrocidades, lo que congela y aniquila las facultades”; y Eggers toma esta definición aplicándola al pie de la letra con el remake del vampiro más famoso.
Retrocedamos al contexto de Alemania en 1922, post primera guerra mundial. El cine lleva un tiempo de nacido, pero aún no desarrolla el sonido; los horrores de la guerra están impregnados en los habitantes y el arte es el medio de expresión, de ahí, nace el movimiento cinematográfico del Expresionismo Alemán, destacado por sus atmósferas oscuras y la representación visual ─su único recurso tecnológico disponible─ de la decadencia mental de los personajes, y el horror. El director de Nosferatu (1922) F.W Murneau crea entonces una de las historias y personajes más terroríficos de esa época, el Conde Orlok, inspirado ─e ilegalmente realizado─ en la novela Drácula de Bram Stoker (1897).
Para nuestra época contemporánea, Nosferatu de Robert Eggers es el equivalente a lo que Nosferatu de F.W Murneau fue en ese entonces, hace más de 100 años atrás. Utilizando de manera sabia pero justa todos los recursos de los cuales el cine dispone hoy en día, logra hacernos sentir como si fuésemos aquellos humanos que evidenciaron los primeros pasos del cine, algo casi impensable de poder alcanzar después de toda la evolución de la que hemos sido testigos.
La película no es lenta, avanza en su necesaria medida. El director estadounidense se preocupa meticulosamente de todos los detalles, no es una mera muestra ni ambientación de una época antigua, es el trabajo cinematográfico de hacerte parte de ella. Antes de darte cuenta, los horrores de la historia del vampiro se han escondido bajo tu piel, cuidadosamente planificado para ir siendo partícipes del desahucie emocional de sus personajes. Una vez dentro, las garras de Nosferatu te aprietan sin darte respiro, un bombardeo de información ocurre segundo tras segundo, la tensión se incrementa exponencialmente hasta culminar horrorosamente con una contradicción entre perder toda esperanza y ver la luz al final del túnel.
Pero va más allá de contar la historia mediante una bella dirección de fotografía, porque el peso de la película no recae en su visualidad, sino en explotar el recurso que en 1922 no existía: el sonido; esto es lo que más debemos destacar y entender la importancia de esta nueva versión. El séquito de Eggers, Robin Carolan, logra musicalizar de manera excepcional la atmósfera oscura de este relato, las palabras no son suficientes para enfatizar lo que en conjunto han logrado hacer en esta obra del séptimo arte, utiliza el sonido a su favor, más no abusa de él; es un equilibrio perfecto con el silencio lo que representa lo grotesco del monstruo. Con ello en mano, no necesita recurrir a grandes efectos especiales, pese a que el maquillaje hace su trabajo, lo asqueroso del horror que está viviendo Ellen y quienes la rodean lo entendemos mediante la musicalización que le acompaña en todo momento. Genera tensión, miedo y por sobre todo, repulsión; preste especial atención a la voz y la respiración que caracteriza Bill Skarsgård ─no utiliza efectos especiales para ello. Respecto a la cinematografía, cabe destacar que utilizan un excelente recurso de iluminación para representar la noche sin que el espectador se moleste por no ver nada, la utilización de la luz azul es la mejor decisión que se puede hacer para tener una noche visible.
En cuanto a la post producción, tuvo otro recurso muy bien aplicado, necesario para mantener la fluidez que requería la película, el corte invisible, en el cual aprovecharon la oscuridad de la historia para poder pasar de un plano a otro sin que el espectador se de cuenta de ello, una decisión pequeña, pero que resulta crucial para no perder el hilo conductor que nos llevaba lentamente a la locura.
Excepcionalmente, la cinta logra retratar de forma poética, bella y atractiva la maldad, lo que nos permite entender la historia desde el punto de vista de la protagonista, interpretada crudamente por Lily Rose Deep, que por una parte siente el horror de lo malévolo que la rodea y por otra parte, la atracción inevitable que la atrae como un imán hacia el vampiro. Eggers es capaz de converger dos conceptos que son naturalmente opuestos, que no tienen por dónde llegar a un punto de encuentro y pese a ello, el director da en el clavo.
Y éste no olvida de dónde viene, con la increíble sutileza que lo caracteriza en sus películas, nos recuerda que se mantiene humilde, haciendo múltiples guiños a lo largo del film a su largometraje debut The VVitch (2015) y también a quienes precedieron e hicieron posible este nuevo trabajo, rindiendo homenaje a Carmilla (1872 | Sheridan Le Fanu), Drácula de Bram Stoker y por supuesto, al director de Nosferatu de 1922.
Nosferatu, 2024, Robert Eggers, un homenaje al horror, realizado con respeto, atención a los detalles, y una increíble capacidad para regalarle al género del terror una película que sin duda se convertirá en una de culto para todos aquellos que nunca conocieron la original, pero que tuvieron la fortuna de disfrutar esta obra magnánima que nace y yace en las tinieblas más oscuras de la historia del cine.